Resulta muy complicado, por no decir de todo punto imposible, que, perteneciendo a mi generación —esa que nació a mediados de los setenta y pasó su infancia queriendo siempre viajar a una galaxia muy, muy lejana—, te sientes en la sala de cine a ver una cinta del universo de ‘La guerra de las galaxias’ (‘Star Wars’, George Lucas, 1977) y lo hagas sin un pellizco en las tripas. Da igual los prejuicios con los que cargues o las pocas ganas que arrastres para ver el filme en cuestión. Da igual que creas, como ya lo hiciste hace casi veinte años, que la innecesariedad es lo que mejor define al producto. Y da igual porque, joder, ¡¡es Star Wars!!.
Pero, claro está, pellizco en las tripas al margen, ya has superado los cuarenta. Ves el cine de otra manera y no te dejas encandilar por cantos de sirena y evidentes maniobras comerciales sacaperras. Y ahora, mucho más que en cualquier otro momento de tu pasado, el escepticismo y la fascinación visceral se dan la mano para ayudarte a juzgar una película por lo que es y no lo que quieres que sea —a mi juicio, un error garrafal en el que incurren los muchos «haters» que pululan por la red—, permitiendo que puedas vislumbrar las costuras con facilidad, y aprecies en lo que cabe aquello que funciona sustentado por sólidos cimientos.
Aplicando todo el argumentario anterior a ‘Han Solo’ (‘Solo. A Star Wars Story’, Ron Howard, 2018), se hace muy evidente que el proyecto arrastraba desde su gestación el que nos preguntáramos, como decía arriba, hasta qué punto era necesaria esta precuela: si algo demostró la trilogía que George Lucas nos ofreció entre 1999 y 2005, es que cualquier «historia» que nos hubiéramos montado a título personal a lo largo de los años acerca del origen de aquellos personajes con los que habíamos crecido, superaba con creces la mediocridad que planteó el cineasta a lo largo de los episodios I, II y III de la saga galáctica.
Eso mismo cabe ser sopesado toda vez se ha visto ‘Han Solo’ y, sin entrar en muchas disquisiciones acerca del filme, la sensación general que nos invade es que, bueno, la película podrá funcionar mejor o peor, pero de lo que no cabe duda es que, por muy bien que pueda estar escrito el guión de los Kasdan, y por mucho que sepa leer el ADN de los personajes —y a fe mía que, en según qué términos, lo saben leer muy bien—, siempre se quedará por debajo de lo que nuestra imaginación se ha pasado décadas construyendo. No estoy afirmando eso de «esto no captura el espíritu de Star Wars» porque tal cosa no existe de manera absoluta, pero sí que, de la misma forma que ya le pasara a Lucas, mucho de lo que aquí se plantea no aporta absolutamente nada a la mitología de esta galaxia tan lejana.
Obvio es que, al tratar hechos del pasado de un personaje tan conocido y querido como Han Solo —Alden Ehrenreich consigue, con su buen hacer, que no pensemos mucho en el gran Harrison Ford—, nuestro interés pueda estar algo despierto, pero también el que nunca nos preocupemos durante todo el metraje —algo abultado para gusto del que esto suscribe— por el destino final de un caradura al que, sabemos, no va a pasarle nada. Y claro, bajo dicho conocimiento, no se viven con igual intensidad ninguno de los recovecos ni giros que los guionistas —padre e hijo— van disponiendo en un producto perfectamente medido y estructurado bajo los férreos esquemas de Disney. Esos que no concebían que Phil Lord y Chris Miller hicieran lo que les viniera en gana con los 250 millones que la todopoderosa productora se ha gastado aquí, y que quitaron de en medio a los magos detrás de ‘La LEGO película’ (‘The LEGO Movie’, 2014) para poner al frente de ‘Han Solo’ a Ron Howard.
Tremendamente ineficaz en términos de claridad narrativa durante buena parte de las secuencias de acción que acumula la proyección, Howard es una pieza más de un conjunto al que le falla, y cómo, el primero de los tres engranajes que se encadenan aquí: pareciera que la no necesidad de presentar a Han Solo, a Chewbacca o a Lando Calrissian —fantástico y carismático Donald Glover—, sea un cáncer que se propaga de manera veloz por cualquiera de los nuevos personajes, que son dibujados de manera esquemática e introducidos a toda velocidad mientras discurre un primer acto atribulado, frenético porque sí y que desaprovecha la oportunidad de narrarnos el tiempo que Han pasó siendo uno más en las filas del Imperio al tiempo que malgasta, sin más, a algunos nombres cuyo deceso es despojado de drama alguno.
Sí, la aparición de Chewie mola. Sí, la sinergia entre el wookie y el contrabandista sigue intacta. Sí, la introducción de Lando mola aún más —de hecho, cuando lo vemos por primera vez, la cinta da señales de comenzar a remontar—. Pero no es hasta que cierta «carrera» tiene lugar —algo que todo fan sabía que la película iba a ofrecer— que ‘Han Solo’ despega con firmeza y captura, con cierta intensidad, la atención de un espectador que hasta entonces ha estado preguntándose todo el tiempo cuándo diantres iba a ocurrir algo en la pantalla que comportara un interés real y no fuera, de alguna manera, remedo de otro instante similar de la historia de la saga.
Porque si hay algo que ‘Han Solo’ no corre, es riesgo alguno: formulaica y predecible —salvo la epatante aparición de un personaje que parece metido con calzador para coser aún más lo que aquí se postula al resto de iconografía galáctica— la película no toma ninguna decisión que se antoje arriesgada porque, claro está, no puede tomarla. Ni siquiera la inclusión del personaje interpretado por Emilia Clarke, interés romántico de Han, se siente con particular intensidad cuando, por mucho enfásis que le ponga el guión, palidece en comparación con el gran amor que ya sabemos será la Leia de Carrie Fisher en la vida del bribón con más carisma de la galaxia.
No hay tampoco riesgo, aunque sí talento a manos llenas, en el score que compone para la ocasión un John Powell que se deja hechizar por los modos orquestales del maestro de maestros, un John Williams que sigue teniendo el músculo y la capacidad de sorprendernos a sus ochenta y seis años y que se saca de la chistera un tema para Han de esos que, tan pronto como lo has escuchado un par de veces, eres capaz de tararear de por vida.
‘Han Solo’ es, en definitiva, un producto de estudio medido al milímetro que, en mi opinión, no funciona con la precisión que Disney hubiera deseado. Eso sí, al César lo que es del César, su tercio final sube muchos enteros la valoración que le habríamos dado de seguir el tono monocorde que arrastran el primero y la mitad del segundo, y suscita el suficiente interés para provocar que no nos parezca tan mal el que, más pronto que tarde, Disney y Lucasfilm vuelvan a visitar este particular rincón de la galaxia y resuelvan el conflicto que aquí ha quedado apuntalado con una más que posible secuela. Hasta entonces, cómo no, que la fuerza os acompañe.