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‘Ghost in the Shell: El alma de la máquina’, descafeinada pero adecuada

Ya lo adelantaba de algún modo al final de la reseña que el viernes pasado le dedicábamos a la nueva edición dentro de la colección Trazado que Planeta Cómic dedicaba a ‘The Ghost in the Shell’, el legendario cómic de Masamune Shirow que supuso una de las apuestas más tempranas de la editorial en el desembarco del manga en nuestro país a principios de los noventa: estaba claro que la complejidad del cómic del mangaka no era una que casase con los gustos o la idiosincrasia estadounidense a la hora de poner en pie una producción cinematográfica y que, aplicados a la cinta protagonizada por Scarlett Johansson, dichos mimbres de partida podían llegar a suponer un producto «ligero» de cascos que ni comenzara a llenar las expectativas de los más exigentes amantes, ya de las páginas originales, ya del no menos mítico anime dirigido por Mamuro Oshii en 1995. Y así ha sido…más o menos.

Si algo queda claro cuando las luces de la sala se encienden y la magia de la proyección termina, es que tanto la terna de guionistas como Rupert Sanders, director de la función, han volcado muchísimo más sus intereses en formalizar una traslación a imagen real, no de las viñetas de Shirow y sí de los fotogramas de Oshii, que ya eran una muy particular interpretación de la suma complejidad que encierran —y siguen encerrando, ya lo decía el otro día— unos relatos en narrativa secuencial que son de árida aprehensión. De esta forma, casi calcando secuencias e inspirándose sobremanera en el diseño de producción que lucía la cinta animada de mediados de los noventa, ‘Ghost in the Shell: El alma de la máquina’ (id, Rupert Sanders, 2017) no se siente como una nueva mirada sobre el afamado manga, sino una renovada forma de expresar las ideas visuales y reflexiones que se hacían sobre éste en la producción animada.

¿Es esto negativo? En absoluto. Es más, si algo me sorprendió de la cinta —y es un algo que he intentado expresar en el titular— es que, asumiendo lo descafeinado de su contenido «intelectual», rebajado como decía para que el yanqui de a pie no tenga que perder más neuronas de la cuenta, ‘Ghost in the Shell’ se las apañe para respetar la esencia de los diversos mensajes sobre lo que realmente nos hace humanos que ya atesoraba el filme de Oshii. Consiguiéndolo sin problemas, la co-producción entre Dreamworks, Reliance y tres compañías más juega además ciertas bazas que hacen de ella un ejercicio apreciable y no una mera copia de la película de «dibujitos»: su dirección, su diseño de producción y la interpretación de Scarlett Johansson.

Refiriéndonos a ésta última, la actriz a la que nunca le he visto más capacidad que la de a un florero —bonito, pero florero a fin de cuentas— demuestra aquí que su inexpresividad es algo a lo que se le puede sacar partido cuando de interpretar a un personaje medio mujer, medio máquina se refiere: no sólo su rostro de «palo» va como anillo al dedo a la Mayor protagonista, sino que la alteración consciente que Johansson hace de su forma de caminar, situándola a medio camino entre algo mecánico y aquella que observaríamos en un hombre, es un matiz que aporta enorme personalidad al equivalente aquí de la neumática Motoko Kusanagi, carácter central tanto en el manga como en su versión animada.

Decía antes que el diseño de producción estaba muy inspirado —cuando no directamente extraído— de ésta, pero los responsables de dicho departamento, unidos a los correspondientes al de efectos visuales —entre los que se cuentan muchos técnicos de Weta— consiguen asimismo apartarse cuando hace falta de los patrones de la película de 1995 para dirigirse hacia derroteros que, aún más espectaculares que los que ya veíamos hace dos décadas, no pretenden esconder la tremenda influencia ejercida en ellos por otro de los puntales de la ciencia-ficción cinematográfica moderna; me refiero, cómo no, a ‘Blade Runner’ (id, Ridley Scott, 1982): la cinta, cuya esperada y temida secuela veremos a finales de año, está presente a lo largo de todo el metraje y uno no puede evitar pensar en el Los Ángeles imaginado por Scott cuando Sanders insiste en mostrarnos una y otra vez esos inmensos elementos publicitarios que gobiernan el skyline del Tokyo del futuro.

Es el trabajo del cineasta motivo último de moderada celebración por cuanto, en lugar de dejarse llevar por cierta vorágine narrativa que obscurezca los muchos momentos de acción de la cinta, el responsable de la muy olvidable ‘Blancanieves y la leyenda del cazador’ (‘Snow White and the Huntsman’, 2012) hace de la claridad de exposición una máxima a seguir en todo momento y, desde la incursión inicial en el rascacielos, pasando por la secuencia con el camión de basura hasta llegar al clímax con el tanque-araña —cuyo diseño, dicho sea de paso y como ya sucedía aunque algo menos con el anime, nada tiene que ver con lo que originalmente ideó Shirow— todo está planteado para que el espectador no sufra esa lamentable sensación de «estar perdido» que mucho del cine de género actual provoca.

En resumidas cuentas, y considerando que nos hemos dejado de lado algunos aspectos positivos más —genial el papel de Kitano, por ejemplo—, ‘Ghost in the Shell: El alma de la máquina’ es un producto muy recomendable que, en cierto modo, junto a manga y anime, conforma un paquete al que, con su muchos más y algunos menos —de nuevo, lo enrevesado del trabajo de Shirow en el cómic—, vale la pena aproximarse. Insisto, la cinta no es perfecta, al igual que no lo era ni su antecesora ni el manga, pero es en su capacidad para evocar sensaciones e invitar a la reflexión donde, como el anime y el tebeo, encuentra sus mayores valedoras.

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