2013-2023. 10 AÑOS FANCUEVANDO
IV. Nausicaä del Valle del Viento

‘El rascacielos’, de frases lapidarias y hostias como panes

Adoramos a The Rock. Es más, no somos pocos los que pensamos que, hoy por hoy, es la apuesta más segura como intérprete a la hora de dirigirse a la gran pantalla: cuando vas al cine y te sientas a ver una película que le tiene por protagonista, sabes que debes dejarte fuera de la sala cualquier prejuicio, cualquier expectativa de que lo que vayan a ofrecerte sea un ejercicio dramático de enorme calado y, preparado así, prestarte al espectáculo que, probablemente, supondrá ver al antiguo luchador derrochando lo que mejor sabe…carisma a patadas. Porque otra cosa quizás no, pero si hay algo que Dwayne Johnson exuda por cada poro de su imponente presencia física es carisma a raudales, algo que ya quisieran muchos compañeros suyos de profesión que se las dan de grandes de la pantalla y que, fallan en algo tan básico como conectar con el público sin que éste tenga que hacer un esfuerzo titánico por empatizar con el personaje de turno.

Tanto es así, que da igual que el actor mejor pagado de todos los tiempos encarne a Hércules, al agente Hobbs de la saga ‘Fast and Furious’, que haga las veces de David Hasselhof en la versión para el cine de ‘Los vigilantes de la playa’, que ponga voz a un semidiós o que, como es el caso, de vida a un antiguo militar metido a analista de sistemas de seguridad en edificios que, contratado para supervisar al rascacielos más alto del mundo —un edificio ficticio llamado la Perla situado en Hong Kong—, tenga que vérselas con un incendio que amenaza a su familia y con un equipo de mercenarios dispuestos a lo que sea por conseguir un preciado USB (sic).

Si cogéis la breve sinopsis anterior, le añadís que el personaje de Johnson tiene una prótesis en su pierna izquierda, aderezáis el conjunto con notas tomadas de ‘El coloso en llamas’ (‘The Towering Inferno’, John Guillermin, 1974) y consideráis el esquema básico que planteara John McTiernan en 1988 para esa obra maestra del género de acción que es ‘Jungla de cristal’, tendréis una idea bastante clara de lo que puede ofreceros —y os ofrecerá, sin duda— ‘El rascacielos’ (‘Skyscraper’, Rawson Marshall Thurber, 2018), un espectáculo sincero y sin pretensión alguna más, que hace pasar al respetable 102 minutos cargados de entretenimiento y adrenalina, plagado de super-heroicidades imposibles y one-liners puestos, y ahí no hay duda, para arrancar risotadas de aquellos que hayan decidido invertir su tiempo sabiendo que, si algo hay que hacer con estas películas, es reírse con ellas.

Vistas bajo otro prisma, uno que intente hacer suyo la gravedad de las situaciones que se van planteando y la esquelética carga dramática sobre la que se asienta el conjunto, las cintas de Dwayne Johnson en particular y el sesgo del cine de acción que ejemplifican en general pierden gran parte de su efectividad —y casi toda o toda su gracia—, y criticarlas recurriendo a los típicos argumentos sobre lo raquítico de su argumento, lo estandarizado de sus patrones, lo arquetípico y generalizado de sus villanos o lo previsible de su discurrir es, en mi modesta opinión, no entender lo que se va a buscar al cine.

Entendida pues como lo que es —repito, un entretenimiento palomitero de primerísimo orden—, ‘El rascacielos’ no defrauda, se toma su tiempo justo para definir a los personajes y ofrece, desde que la acción per se arranca de pleno hasta la conclusión de todo el circo de altura que se monta a partir de la planta 96 del edificio, un continuo disfrute en el que Johnson da vida a un personaje que alterna lo humano —aquí recibe de lo lindo— con lo sobrehumano, siendo en esos momentos donde uno ha de dejarse llevar por su versión más básica y aplaudir desaforado ante la imposibilidad física de lo que se está contemplando.

Ya el trailer avanza alguna de las locas proezas que el director y guionista interpone en la misión del protagonista de salvar a los suyos, pero alguna más hay que no revelaba ningún avance y que consiga agarrarnos de las gónadas y mantenernos en tensión por más que, como apuntaba antes, sepamos de sobra cuál va a ser la más que obvia conclusión de todo. Esta cualidad, la de previsibilidad, que siempre tacho de falla fundamental en cualquier otro tipo de cine, es aquí una virtud bien cultivada por un cineasta que no marea con la cámara, que trata de narrar de la manera más limpia posible y que, en dicho loable esfuerzo, consigue hilvanar un filme que, de acuerdo, no será lo mejor del año…y ni falta que le hace.

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