Los seis años que nos separan del final de la ENORME ‘Breaking Bad’ —para el que esto suscribe, una de las tres mejores series dramáticas de la historia de la televisión—, no han hecho sino jugar en favor de que la épica que rodeó a la creación de Vince Gilligan haya aumentado hasta adquirir tintes legendarios. A ello ha ayudado también, qué duda cabe, el que ese spin-off llamado ‘Better Call Saul’, que muchos vimos como un intento desesperado de perpetuar el éxito de la serie matriz, haya ido creciendo con cada nueva temporada y se haya convertido en un monstruo tan grande como lo llegó a ser la historia de Walter White y Jesse Pinkman. Tanto es así, que la quinta temporada de la cabecera protagonizada por Bob Odenkirk se espera para el año que viene como uno de los eventos clave que nos llegará a través de las pantallas de nuestro salón y, aunque no tiene todavía fecha de estreno, no somos pocos los que nos preguntamos si en los diez capítulos que están por llegar veremos por fin la conexión que liga a Jimmy McGill con los dos fabricantes de la metanfetamina más famosa de la historia.
Es normal pues que, ante el anuncio de Netflix hace pocas semanas de que el estreno de ‘El Camino: Una película de Breaking Bad’ era inminente, muchos marcáramos el pasado viernes 11 en nuestros calendarios para reservarnos dos horas de nuestro tiempo y poder así sentarnos en la comodidad de nuestros sofás para poder asistir a lo que fuera que Gilligan, que escribe y dirige la película, tenía a bien ofrecernos como conclusión del torturado personaje encarnado por Aaron Paul después de que el episodio final de ‘Breaking Bad’ nos lo mostrara librándose de los captores que lo habían tenido encadenado, encerrado en una jaula y obligado a seguir fabricando para ellos la droga que ponía patas arriba el universo del Sr. Heisenberg.
Como suele ser habitual, a la expectación ante 122 minutos en los que volver a reencontrarnos con personajes que fueron tan relevantes en un momento de nuestras vidas pasadas se sumaba la duda razonable de si Gilligan sería capaz de hacer interesante un relato que, llevado a más o menos distancia por nuestra imaginación, tampoco parecía ser capaz, al menos a priori, de ofrecer algo del calado de su antecesor al menos por una razón muy obvia: la ausencia de Bryan Cranston. Pero el cineasta, sabedor de ello, y sin perder ni un ápice de esa seña de identidad suya que siempre ha sido el contar las cosas con calma, carga tanto las tintas en que Paul se luzca otra vez construyendo a Jesse, que he de confesar que fueron muy pocos los instantes en los que eché en falta a su contrapartida.
Quede claro, antes de continuar, que ‘El Camino: Una película de Breaking Bad’ no es, para nada, un filme para todos los públicos. Y no me estoy refiriendo a su calificación por edades, sino al hecho obvio de que resulta imposible acceder a él sin antes haber hecho lo propio a las cinco temporadas y casi sesenta episodios que conforman el imaginario de la creación de Gilligan. No es una falla per se, ni mucho menos, pero con un metraje plagado de referencias y que arranca justo donde acababa el último episodio de la serie, es de recibo advertir a los que vayan un poco despistados que se abstengan de asomarse a la cinta so pena de no enterarse de nada. Es más, es que si no tienes muy reciente la conclusión de ‘Breaking Bad’, te pasarás —y no lo digo por decir— media película estrujándote las neuronas para intentar recordar quién era éste o el otro y cuál era su importancia dentro del corpus de lo que tuvo lugar en esos últimos compases de la quinta temporada.
Advertencias innecesarias al margen, ‘El Camino’ es, como reza el titular, un episodio largo de ‘Breaking Bad’ que, como ya he comentado, no tiene a Bryan Cranston ni, quizás, la perfecta factura que solía detentar la serie. Gilligan está correcto tras la cámara, sí, pero huye de alardes salvo por un par de momentos puntuales y, de nuevo, vuelca todos los esfuerzos del metraje en el lucimiento constante de Aaron Paul y su maravilloso regreso a un Jesse tan tridimensional e intenso como el que recordábamos. Siguiendo al personaje en los dos diferentes tiempos en los que se le muestra, ya que todo queda estructurado en un constante vaivén entre pasado y presente, el guión abunda en revelarnos detalles que no sabíamos que nos hacía falta conocer pero que, toda vez expuestos, vienen a completar, de una manera que sólo el creador del producto original podía conseguir, un microcosmos de esos que hay que revisitar de cuando en cuando para tener clara conciencia de hasta qué nivel llegó a ascender la televisión antes de que este mundillo se convirtiera, curiosamente de mano de Netflix, en un inmenso oceáno en el que resulta casi imposible discernir qué ver y, más aún, cuándo diantres hacerlo.