Cuando a un aficionado a la ciencia ficción se le pregunta sobre cual es su película preferida, la mayoría responderá de forma casi automática que Star Wars o The Matrix (en función de la generación a la que pertenezca). Otros afirmarán con aire más pausado que Blade Runner o 2001: Una odisea en el espacio, pero nadie o casi nadie, se acordará nunca de incluir en la lista a Días Extraños (Strange Days, 1995). Yo sí lo hago.
Sin menospreciar ninguno de los títulos citados anteriormente y otros muchos que me vienen a la cabeza (Gattaca, Alien, Terminator, Star Trek Primer Contacto, Nivel 13…), Días Extraños ocupa siempre la más alta posición entre mis recomendaciones, no por que sea la mejor, si no por ser una de las cintas más injustamente maltratadas por la crítica y el público de cuantas soy capaz de recordar. El día del estreno, en el que por aquel entonces era el mayor cine de mi ciudad, tan solo éramos cinco personas en la sala: dos venían conmigo, otro era un tipo con pinta de haberse equivocado de película y el último era el acomodador. Cuando los títulos de crédito llegaron a su fin, mis amigos y yo sencillamente permanecimos unos segundos en silencio aún hipnotizados por su banda sonora. ¡¿Donde diablos estaba todo el mundo para perderse esta maravilla?!
Nunca lo supe. Tan solo presencié con resignación como una película que reunía lo mejor del cine negro y el thriller con esos raros ejemplos de ciencia ficción con más ciencia que ficción, se estrellaba en taquilla recaudando unos míseros 7 millones de dólares frente a los 42 que había costado.
Días Extraños transcurre en Los Angeles durante los últimos días (o más bien noches) de diciembre de 1999. Todo el mundo parece haber sucumbido a los febriles festejos del fin del milenio y los que no lo hacen andan enganchados a una tecnología ilegal que permite experimentar como propios los recuerdos y sensaciones grabados por otros. Lenny Nero (Ralph Fiennes), un antiguo policía reconvertido en traficante de estos discos de experiencias, es un fracasado incapaz de superar la relación que mantuvo con su antigua novia Faith (Juliette Lewis), aferrándose a sus propias grabaciones pasadas para huir de la realidad. Sin embargo, Lenny se verá arrastrado de vuelta a esta cuando comienza a recibir una serie de discos grabados por un retorcido asesino que podría andar detrás de su ex.
Mientras tanto, la ciudad explota ante la tremenda represión a la que se ve sometida por la policía y el inoportuno asesinato de Jerico 1, el equivalente rapero de Malcom X. En mitad del caos nada es lo que parece y, como tal y como afirma Max (Tom Sizemore), un antiguo compañero de Lenny y actual guardaespaldas de Faith, “Lo importante no es estar paranoico, sino si se está lo bastante paranoico”. Aunque tremendamente verosímil, el futuro de Días Extraños recoge toda la esencia del cine distópico mostrándonos un mundo decadente que bien podría aguardarnos a la vuelta de la esquina.
Llegados a este punto me es imposible ni tan siquiera tratar de aparentar ser imparcial. La dirección de Kathryn Bigelow (Near Dark) es extraordinaria, especialmente en las escenas subjetivas con las que se reproducen los discos; el guión de su ya por aquel entonces ex marido, James Cameron (Terminator, Aliens, Avatar…) dificilmente puede ser más redondo y está plagado de frases memorables; el elenco completo de actores bordan sus respectivos papeles, con menciones especiales para el siempre solvente Ralph Fiennes y la morbosamente sexy Juliette Lewis; y por último, la banda sonora… que decir, Hardly Wait de PJ Harvey, While the Earth Sleeps de Deep Forest y Peter Gabriel, Fall In The Light de Lori Carson y Graeme Revell (quien compone toda la bso instrumental de la película) o Selling Jesus de Skunk Anansie… francamente, una pasada.
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