Más de cuatro décadas y ocho títulos son el saldo final —al menos final por el momento, que con Hollywood nunca se sabe— de una franquicia que se inició por voluntad exclusiva de su protagonista y guionista y que, habiendo pasado por estaciones de lo más diversas —el fascismo nada encubierto de su cuarta entrega, lo completamente prescindible de la quinta…—, encontraba hace dos años una soberbia y enérgica revitalización en ‘Creed. La leyenda de Rocky’ (‘Creed’, Ryan Coogler, 2016), un filme que destacaba por muchas razones entre las que cabía encontrar su espléndido protagonista, la magnífica dirección de Coogler o la impresionante música de Ludwig Goransson.
Aunque todas esas razones pasaban por el formulaico colador que supone la estructura que siempre ha regido el devenir de las cintas de la franquicia, eso no quita para que vinieran a afirmar lo mismo: que a Rocky Balboa, dentro o fuera del ring, todavía le quedaban cosas por decir en la gran pantalla, tantas como Sylvester Stallone quisiera. Pero, a la luz de lo que ha trascendido durante el rodaje de esta segunda parte de ‘Creed’, parece que el incombustible actor ha decidido que ya es hora de cerrar tan longeva página de su trayectoria, y que es esta reimplementación del esquema que ya pudimos ver en ‘Rocky IV’ (id, Sylvester Stallone, 1985), la última vez que veremos al potro italiano en los cines.
Arremeter contra esas fórmulas a las que hacía referencia al comienzo del párrafo anterior y al hecho de que nada hay en ‘Creed II. La leyenda de Rocky’ (‘Creed II’, Steven Caple Jr., 2018) que pueda calificarse como sorprendente sería, tanto la manera más fácil de echar por tierra los dignos esfuerzos de la producción de ofrecer un entretenimiento de 130′ que se pasan volando, como la forma más obvia de caer en el error más típico en el que incurren todos aquellos que siempre han criticado los filmes de la franquicia por su poca originalidad más allá de la cinta que dirigía John G.Advilsen en 1976: a esos, les diría que ni se puede criticar un filme de Rocky por responder a los esquemas de un filme de Rocky y, atendiendo al refranero español, que tampoco podemos pedir «peras al olmo».
Esto es lo que es, dos horas en las que sabemos perfectamente lo que va a pasar y en las que se alternan, como es el caso, tres secuencias de combate sobre la lona más o menos afortunadas —más de esto un poco más abajo— con grandes dosis de drama centrado en la superación de las adversidades a las que tuvo que hacer frente en el pasado Rocky y a las que tiene que hacer frente en el presente Adonis Creed cuando Viktor Drago, el hijo del legendario Ivan Drago, le reta a repetir la trágica historia que acabó con la muerte de Apollo a manos de la mole rusa que era, y sigue siendo, Dolph Lundgren.
Haciendo mucho hincapié durante ese abundante sesgo dramático en la relevancia extrema de la familia como cimiento sobre el que fundamentar todos nuestros esfuerzos de superación, ‘Creed II’ baja un peldaño con respecto a lo que ofrecía su antecesora en términos de realización: Caple no es Coogler, y los alardes que éste se marcaba en términos narrativos —ese soberbio plano secuencia, la solidez con la que todo el conjunto quedaba subrayada— aquí se transforma en una modesta corrección que sólo encuentra dos instantes para vibrar, la inevitable secuencia del entrenamiento y el combate final entre Creed y Drago.
La primera, reflejo en el desierto del rudimentario entrenamiento al que se sometía Rocky en la estepa rusa en ‘Rocky IV’, sirve a Ludwig Goransson para dejarnos el mejor momento musical de un score que tampoco resulta tan afortunado como el de ‘Creed’ —normal, por otra parte, por la reutilización masiva de motivos y temas—; la segunda, aún obvia en su recorrido, vuelve a conseguir lo que, a lo largo de estos cuarenta y tres años, han conseguido todos los combates de la franquicia: hacer que nos agarremos al asiento, mantenernos en tensión durante el puñado de minutos sobre los que se prolonga y emocionar en su explosión final. Buscar algo más en ‘Creed II’ es un error, y es sin duda la honestidad con la que el filme abraza unas fórmulas que tras cuatro décadas siguen funcionando igual de bien, el mejor testigo que deja este ¿punto y seguido? Sólo el tiempo lo dirá.