Si sois lectores habituales de Fancueva sabréis, después de los casi cinco años de singladura de esta página, de mi escueta inclinación a coquetear con los extremos a la hora de dar una opinión. Esto es, que nunca me muestro muy proclive ni a tachar a un título en concreto —cómic o película— de basura inmunda ni tampoco a dejarme llevar por sensaciones sobresalientes y señalar a cierta obra —película o cómic— como indiscutible obra maestra. Prefiero así moverme en los amplios terrenos que quedan entre medio, recurriendo cuando así lo creo necesario a no recomendar aquello que tengamos entre manos —intuyéndose en dicha no recomendación que mucho no ha debido gustarme el tebeo o la cinta de turno— o, por el contrario, a hacerlo de forma efusiva dado lo sobresaliente de lo que ocupe nuestro tiempo en el momento de aparición de la entrada de rigor.
Es por este motivo, que supongo que alguno le sorprendería el que, allá por verano, y con motivo de ‘El arte de Charlie Chan Hock Chye’, servidor abandonara momentáneamente su habitual mesura y, enajenado de manera transitoria por la inmensa grandeza de lo que Sonny Liew ponía en juego en el volumen publicado por Dib-buks, afirmara que estábamos, sin lugar a dudas, ante el cómic del año —cosa que, a día de hoy, sigo creyendo a pie juntillas, cuidado—. Saltemos en el tiempo de aquél 14 de agosto al pasado viernes. Viernes de doblete cinematográfico, para más señas. En primera función, ‘Perfectos desconocidos’ (id, 2017) lo último de un Álex de la Iglesia que, sorpresa, se muestra por primera vez tremendamente comedido tanto en sus formas como en la historia que cuenta, alejada de las truculencias y los gestos grand guignolescos a los que nos tiene acostumbrados.
Un viernes para el recuerdo
En segunda función, y tras tener que soportar 20 soporíferos minutos del corto de ‘Frozen’ que Disney ha tenido a bien meter con calzador con la proyección de lo último de Pixar, ‘Coco’ (id, Lee Unkrich, 2017), una cinta de un colorido apabullante en la que la casa de hacer magia animada que es el estudio del flexo parecía acercarse peligrosamente a lo que habíamos visto allá por febrero de 2015 cuando se estrenaba ‘El libro de la vida’ (‘The Book of Life’, Jorge R. Gutiérrez, 2014), una cinta en la que el otro mundo tal y cómo se concibe en la cultura mexicana —con sus animados esqueletos y demás— era el eje central de la misma manera que lo es en el filme que hoy nos ocupa. Ahí empiezan y acaban las similitudes.
Bien es cierto que Lee Unkrich y Darla K.Anderson —director y productora de ‘Coco’— ya se han apresurado a afirmar que «Llevábamos trabajando ya un par de años en ‘Coco’ antes de descubrir que se estaba haciendo ‘El libro de la vida’» pero a la vista del abismo que se abre en cuanto a casi cualquier disquisición comparativa que quiera establecerse entre ambas producciones, creo que dejaremos estar el mirar a una y otra pues sería hacerle flaco favor a la simpática producción apadrinada por Guillermo del Toro. Y si es así, es porque ‘Coco’ es un trasatlántico de lujo mientras que ‘El libro de la vida’ no deja de ser un paquebote muy bien adornado, y lo que Pixar ha conjugado aquí es de un nivel que, remitámonos al titular, está por encima de todo lo que este redactor ha visto hasta el momento en lo que llevamos de año.
A tenor de las cuatro semanas que restan para que 2017 toque a su fin; sabiendo que en lo que nos separa del día 31 del presente mes sólo hay una firme contendiente a poder robarle la antorcha a ‘Coco’ y, sin que ello pretenda indicar una desconfianza en el supuesto gran trabajo de Rian Johnson —antes bien, confío bastante en lo que el director de ‘Looper’ (id, 2012) haya podido concretar con su incursión en el universo creado por George Lucas— al frente de ‘Star Wars: Los último Jedi’ (‘Star Wars: The Last Jedi’, 2017), dudando que la nueva entrega de la saga galáctica consiga dejarme completamente epatado, creo que no es descabellado afirmar que la experiencia vivida hace unos días en la sala 18 de los cines Odeon de Los Barrios se sitúa, por méritos propios, en la cumbre de un año que, ya veremos, ha sido bastante prolífico en buenas ofertas cinematográficas.
Perfección…apabullante perfección
Creo que casi siempre que departo sobre cine de animación en general y de Pixar en particular, echar mano del argumento de la perfección es inevitable. A fin de cuentas, lo que la productora ha ido evolucionando desde la brillante bisoñez de sus cortos previos a ‘Toy Story’ (id, John Lasseter, 1996), pasando por el asombro tecnológico que fue esa piedra fundacional de la compañía hasta llegar, dos décadas más tarde y diecinueve producciones después a lo que podemos ver en ‘Coco’ es una natural evolución jalonada por incontables instantes en los que la hemos visto repuntar con argumentos de la contundencia de los paisajes urbanos de ‘Wall-E’ (id, Andrew Stanton, 2008), los «naturales» de la Escocia de ‘Brave’ (id, Mark Andrews, Brenda Chapman y Steve Purcell, 2012) o aquellos que nos transportaron a la prehistoria en la muy injustamente denostada ‘El viaje de Arlo’ (‘The Good Dinosaur’, Peter Sohn, 2015).
Como digo, todo lo que hemos visto hasta el momento, y no ya sólo en lo que compete a paisajes —que parece que es lo único a lo que hacía referencia en el párrafo anterior— sino en todo lo concerniente a dirección, diseño de personajes y fluidez de movimientos, encuentra en ‘Coco’ un instante de perfección sublime de tal envergadura que resultaría harto complicado poder encontrar alguna pega, por nimia que fuera, que interponerle a la cinta. Tanto es así, que no seré yo el que intente ahora escudriñar en su memoria para dar con ese fugaz plano en el que había algo fuera de lugar…más que nada porque, al denodado esfuerzo que eso supondría, se añadiría sin duda la futileza del ejercicio.
En su lugar, y dando por sentado para el resto de la entrada que ver ‘Coco’ es quedarse con la mandíbula a la altura del pecho en más de una ocasión —mira que es algo que ya podíamos ver en los avances, pero el diseño del mundo de los muertos es para babear—, dedicaré unas líneas a regocijarme en un aspecto que Pixar ha cuidado de forma desigual a lo largo de su trayectoria: la música. No es así aquí, pero ha habido instantes —pocos, la verdad— en que la composición musical de turno no ha sabido estar a la altura de lo que exigían las circunstancias visuales; algo que, afortunadamente, no sucede como digo con el fantástico trabajo que realiza el insigne Michael Giacchino para la ocasión.
Bien es cierto que la partitura del músico choca, no mucho, pero choca, la primera vez que se acomete su escucha aislada previa al primer visionado de la película: caracterizada de principio a fin con orquestaciones que retrotraen de forma directa y sin ningún tipo de equívocos al mundo mexicano, no se atisba en ella la cohesión que sí es fácil apreciar en otros trabajos del músico, ya para Pixar, ya para otros puntos cardinales de su brillante trayectoria. Pero todo eso cambia cuando uno puede apreciar el funcionamiento del score tal y cómo está pensado: junto con las imágenes, cobrando sentido durante la proyección, no sólo la fuerte carga étnica de los pentagramas del estadounidense, sino la simplicidad del conjunto y la puntual poesía reservada a los momentos fundamentales de la trama.
La importancia de la familia
Ésta, que sigue a Miguel, un niño cuyo amor por la música choca de frente con la tradición familiar de hacer zapatos —atención a la forma en la que está contado el por qué de dicha tradición en el ESPECTACULAR prólogo que abre el filme—, hace tanto hincapié en la relevancia del núcleo familiar como el lugar en el que realizarse de forma más o menos plena como persona, que quizás habría tenido que ser el hastío y no el candor y la ternura el principal sentimiento que debería haber definido las sensaciones con las que uno abandona la sala toda vez acaba la magia de la proyección. ¿Acaba? No del todo, la magia de ‘Coco’ es de las que perduran largo tiempo.
La moralina de la familia es una que Disney desde siempre y Pixar desde su fundación nos llevan vendiendo de una forma u otra en casi la totalidad de sus propuestas animadas. Ahora bien, hay formas y formas de cargar las tintas sobre cierto mensaje y, por muy ajado y desgastado que puede parecer que esté el trasladarle al respetable que ha de amar a su familia —ya sabéis, salvando ciertos imposibles, claro— la manera en la que ‘Coco’ se las arregla para no resultar acomodaticia ni reiterativa son de tal genialidad que uno no puede más que aplaudir ante lo emocionante del planteamiento. Aplaudir y llorar, cuidado, que a poco que seáis de los que os emocionáis en el cine, más os vale agarrar un buen paquete de pañuelos de papel antes de acercaros a vuestro cine habitual…os garantizo que antes de llegar al clímax, ya habréis soltado alguna que otra lagrimilla que no habrá sido más que preludio del torrente que os espera en esos últimos y muy emotivos minutos.
Jugando pues con una dualidad poco recurrida en las historias de corte familiar y basando en ella la suma efectividad de un conjunto sin fisuras y con un empaque alucinante que desde el momento en que te atrapa, no te suelta hasta noventa minutos más tarde, podría seguir argumentando razones que convierten a ‘Coco’ en la película del año. Razones que incluirían la fuerza con la que se vierten llegado el momento esas lágrimas de las que hablo en el párrafo anterior y el nivel de implicación con la historia y los personajes que ellas comportan y que no harían sino reforzar aún más la claridad de un mensaje: que ‘Coco’ juega en una liga muy diferente a la del resto del cine de 2017 y que, pocas dudas hay al respecto de en qué posición cabría situarla en el total de las producciones Pixar. GRANDEZA. SUMA GRANDEZA.
Buf… Ya son dos las veces que leo que, pese al parecido con la cinta mexicana, son pocos. Pero no puedo evitar ver que el protagonista es alguien que no quiere seguir «el negocio familiar» y se dedica a la música, y que viaja al mundo de los muertos del folclore «al Sur del muro» (inserte risas enlatadas).
¿En serio es tan distinta a El Libro de la Vida? Que estoy con la mosca tras la oreja que no sea el «nuevo Kimba», y es un moscardón enorme….
Insisto en que sí, Dani, en que por muy similares que puedan parecer, ‘El libro de la vida’ y ‘Coco’ son bien distintas. Pero vamos, para salir de dudas, nada mejor que acudir al cine, ¿no? 😛
¡Gracias! A ver si podemos estas fiestas…
La vi ayer y os puedo asegurar que agradecí los dos o tres minutos hasta que se encendieron las luces…para que no se viese los lagrimones que estaba echando. Perfecta, no se puede decir más. El reencuentro progresivo de los dos enamorados…Para mí sublime. Y para todo el que tenga una abuela en la misma situación de Coco, imprescindible.
Gracias Pixar.
Y que lo digas, jomonge, yo no lloraba así desde hacía muchísimo tiempo, y me consta —por los ruidos de la sala— que no fui el único. Mi mujer fue ayer a verla con la peque y también salió echa un mar de lágrimas afirmando que vaya PELICULAZA acababa de ver.
Bueno bueno XD pues yo que soy un lloron empedernido creo que no podre ocultarlo XDDDD
Por cierto, leyendo el articulo no se si El libro de la vida te gusto o no… Para mi fue todo un descubrimiento y de las mejores pelis de animacion que vi en su momento, pese a los pocos recursos tecnicos frente a lo que nos tiene acostumbrados el dinero de Pixar XD.
Desde luego que viendo los trailers parece una copia descarada (involuntaria por lo que leo), pero me alegra saber que no es » lo mismo pero mejor hecho», aunque hasta que no la vea no saldré de dudas.