Perdida en el recuerdo entre tantas otras cintas de terror mediocres que he ido consumiendo a lo largo de las tres últimas décadas, sólo un par de detalles quedaban en la memoria de la adaptación de ‘Cementerio de animales’ que llevó a cabo Mary Lambert en 1989: la participación de Fred Gwyne —el legendario Fred Monster de ‘La familia Monster’— y el mal rollo que daba el niño de la familia Creed al que daba vida Miko Hughes. Más allá de eso, no recordaba casi nada de un filme que sólo había visto el año de su estreno y que no había tenido a bien revisar en los treinta que han transcurrido desde entonces.
Derivando tal desinterés el que no considerara a la cinta un buen ejemplo del género digno de ser rememorado más que en alguna lista de las muchas y muy variadas traslaciones que los textos de Stephen King han conocido a lo largo de los lustros, era la misma sensación de poco interés la que me llevaba el viernes pasado a acercarme al cine a ver qué tenía que ofrecer una nueva mirada sobre el relato que el maestro del terror escribiera en 1983, esta vez en manos de dos cineastas y con el protagonismo de John Lithgow como integrante más llamativo en lo que a reparto se refiere.
De hecho, es el veterano actor lo único salvable de una función tremendamente descompensada que invierte dos terceras partes de su metraje en una excesiva exposición de personajes y de construcción de atmósfera para, después, acelerarse en su clímax y acumular en el mismo sustos y más sustos que, haciéndose fuertes en trillados arquetipos, manidos clichés y abundantes golpes de efecto, nada ofrece al espectador que sea digno de mención.
En ese discurrir por la prolongadísima presentación del matrimonio Creed, sus hijos y su vecino, ‘Cementerio de animales’ (‘Pet Sematary’,Kevin Kölsch, Dennis Widmyer, 2019) ya deja entrever que no son las ganas de innovar las que controlan las decisiones de los responsables de la producción, ya de unos realizadores que se limitan a poner la cámara allí donde es esperable que esté situada, ya de un guionista que sólo ejerce pequeños e insignificantes cambios a lo largo de la proyección y deja las mayores alteraciones sobre lo que King planteaba en su texto para unos cinco últimos minutos en los que ya todo da igual y poco importan los vanos intentos por epatar de una película que, atención, no lograba arrancar ni un grito del público adolescente que acudía en masa a la misma función que servidor.
De acuerdo, que los quinceañeros no griten no tiene por qué ser indicativo de nada, pero resulta muy curioso que el público más claramente objetivo de este tipo de productos no se inmutara lo más mínimo ante los evidentes envites visuales o los aún más obvios golpes musicales a los que Christopher Young rinde pleitesía durante la práctica totalidad de su score. Así las cosas, nada es lo que ofrece ‘Cementerio de animales’, ni a los espectadores casuales ni, por supuesto, a los amantes del género que tenemos que seguir sufriendo este tipo de filmes que insisten una y otra vez en los recursos más machacados del terror sin darse cuenta de que son títulos como ‘Hereditary’ (id, Ari Aster, 2018) o ‘Nosotros’ (‘Us’, Jordan Peele, 2019) los que marcan tendencia e indagan nuevas fronteras para meternos el miedo en el cuerpo.