2013-2023. 10 AÑOS FANCUEVANDO
IV. Nausicaä del Valle del Viento

‘Assassin’s Creed’, a intervalos

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Después de cinco años de una actividad frenética que me llevó a invertir incontables horas en más de un centenar de juegos, hace otros tantos que decidí que ya era hora de deshacerme de la PlayStation 3 que tantos momentos de entretenimiento me había proporcionado y abandonar un mundo, el de los videjuegos, que requería excesiva atención del inminente padre en el que estaba a punto de convertirme. Quedaban atrás a partir de aquél instante en que la consola de Sony abandonó mi salón para ser sustituida por un mero reproductor de BR, recuerdos intensos vividos en la piel de los protagonistas de, entre los que más recuerdo, ‘Infamous’, ‘GTA IV’, ‘Red Dead Redemption’, ‘God of War’ o, por supuesto, las dos entregas de ‘Assasin’s Creed’ a las que me acerqué antes de abandonar una saga repetitiva hasta decir basta.

Ello no quita para que, desde el primer momento en que «entré» en el Animus de la mano de Desmond, supiera valorar el potencial cinematográfico de una historia que, de ser trasladada algún día a la gran pantalla, podía llegar a dar mucho de sí en las manos adecuadas. Desafortunadamente, dichas manos no son las que han terminado haciendo realidad el título de Ubisoft, y la adaptación del juego multiplataforma funciona, como reza el titular, a intervalos. Pero no a intervalos «buenos y malos». No. A intervalos que oscilan entre lo innecesariamente críptico y lo decididamente prescindible, quedando entre ambos un inmenso mar de decisiones erróneas que afectan a dirección, guión, actores e incluso efectos visuales.

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Como por alguno de ellos hay que empezar, hagámoslo por la labor de los responsables de trucajes digitales, que parece que han pensado que, por aquello de que la parte de la acción que más requiere de su intervención es la que tiene lugar en la Andalucía de quinientos años atrás, lo mejor es saturar de luz, ocres y polvo el conjunto y que, con la ayuda de éste último, quede disimulado el abuso de CGI en el que incurre buena parte de lo que acaece con el momento álgido de la Reconquista como trasfondo. Pasaremos por alto, porque es una producción cinematográfica y ya se sabe cómo se mueve en ellas el tema de las licencias con respecto a la historia, los errores de bulto que harían palidecer a cualquier entendido de aquél periodo en el que se terminó con la presencia musulmana en la península, y valoraremos positivamente alguno de ellos, como la espectacular forma en la que se reproduce una catedral de Sevilla en construcción, o lo efectivo de la primera aparición del Torquemada encarnado por Javier Gutiérrez.

Ya que por azar hemos entrado a citar lo poco positivo que atesora la producción, señalemos también la voluntad de la misma por respetar en su versión original que los actores hablen español durante todo aquello que transcurre en el pasado —incluso Fassbender se marca sus muchas líneas en castellano…aunque no tan bien como lo hiciera Viggo Mortensen en su ‘Alatriste’ (id, Agustín Díaz Yánez, 2006)—, algún momento suelto en lo que deriva de la mirada de Justin Kurzel sobre un juguete que le queda demasiado grande y los contados, muy contados, instantes en que la música de su hermano Jed no es pura estridencia.

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Más allá de este limitado oasis, y entrando de lleno en un guión que bien habría necesitado de repetidas revisiones, ‘Assassin’s Creed’ (id, Justin Kurzel, 2016) es, como apuntaba más arriba, una cinta que apuesta a ser críptica porque sí pero que, paradójicamente, no se molesta en jugar con el espectador en lo que respecta a la ambigüedad de los integrantes de Abstergo —como sí lo hacía la primera entrega del juego hasta una de las revelaciones finales—, ofreciéndolo todo en bandeja de tal manera que la sorpresa brilla por su ausencia de principio a fin. La falta de épica que de este hecho se deriva, sienta como una puñalada trapera a una acción que siempre se siente casual, poco meditada y que, con sólo rascar un poco, revela agujeros del tamaño del Cañón del Colorado —el momento de la llegada de cierto personaje a cierto templo religioso es de risa…—.

A que lo percibamos así ayudan sobremanera unos diálogos lamentables que, espetados con sequedad, pretenden potenciar la inexistente componente «molona» de una cinta que podría haberlo sido mucho y que, no cabe duda, si queda frenada en su intención también es, por supuesto, por unos actores que se muestran hieráticos e incapaces de transmitir emoción alguna. Con la sola excepción en este sentido de alguna intervención afortunada de Michael Fassbender, ni Marion Cotillard, ni Jeremy Irons ni ninguno de los otros miembros del reparto consiguen arrancar del público el suficiente interés como para compensar las abultadas carencias que la producción arrastra en los demás departamentos y, en última instancia, son ellos quienes ponen la guinda al pastel de mediocridad que con tan mal tino ha cocinado Kurzel y tan de tapadillo nos han servido Fox y Ubisoft —porque, seamos francos, estrenar ésto una semana después de ‘Rogue One’ es querer suicidarse en taquilla—. Esperemos que a ninguno de ellos se le ocurra pensar en una franquicia…

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