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V. Kingdom Come

‘Aquaman’, la corriente a seguir

Lo decía esta misma mañana cuando, en la entrada correspondiente a ‘Spider-Man: Un nuevo universo’ (‘Spider-Man: Into the Spiderverse’, Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman, 2018) hacía referencia directa a ella: si algo conseguía ‘Liga de la Justicia’ (‘Justice League’, Zack Snyder, 2017), a parte de exasperar y aburrir a las piedras, era que el interés hacia cualquier producción que se centrara en algún personaje de su alineación de superhéroes se minimizara hasta límites que rayaban en lo exiguo.

De acuerdo que, siendo honestos, de todos ellos era el Aquaman encarnado por Jason Momoa el único que levantaba cierto interés de la terna de nuevos héroes; y que precisamente él fuera el objeto de la siguiente producción en la que se embarcaría Warner para tratar de una vez por todas, dar un giro de timón considerable al lamentable estado en que Zack Snyder y compañía habían dejado en el último lustro a la contrapartida cinematográfica del Universo DC, arrojaba algo de luz a un foso que se nos antojaba a algunos aficionados casi insondable. Poco podíamos imaginar lo que nos íbamos a encontrar algo más de un año después.

A las claras y sin rodeos: ‘Aquaman’ (id, James Wan, 2018) es, sin lugar a dudas, el mejor filme que hemos visto con los personajes de DC desde que Christopher Nolan finalizara su trilogía del hombre murciélago. Quizá aquí podría argüirse que conseguir tal cosa no era empresa complicada dado el paupérrimo/irregular talante —táchese lo que consideréis que no proceda— en el que se movían las tres anteriores películas.

Pero es que, sumando a la afirmación anterior, habría que añadir que no sólo es que sea la mejor, es que parece que, gracias a la impagable supervisión de Geoff Johns —¡alabado sea!— y la enérgica dirección de James Wan —más de ambos unas líneas abajo—, Warner se ha dado por fin cuenta de cuál es el tono adecuado para una producción protagonizada por héroes y heroínas imposibles, y el tono auto-consciente y de «molonería» suma que arropa a todo el conjunto es un salto de gigante para que, de seguir así las cosas, podamos olvidar los sinsabores que el Universo Cinematográfico DC nos ha dado hasta la fecha.

Y si bien lo que hemos visto por ahora en los adelantos de ‘Shazam’ apuntan a que con la adaptación del alter ego de Billy Batson se han pasado de frenada, a lo que encontramos en las casi dos horas y media de ‘Aquaman’ sólo sería capaz de interponerle una pega sin ponerme exquisito —de hacerlo, de ponerme exquisito, serían unas cuantas más las que aduciría—: el personaje de Black Manta, inane e inservible como él solo.

Eliminado de la trama, no sólo ésta no variaría en absoluto —en serio, no se movería ni un ápice—, es que la sustracción de las escenas en las que interviene haría de un filme que ya es un dechado de virtudes en términos de ritmo todo un logro en lo que a ausencia de tiempos muertos y ajuste de metraje se refiere. Y no voy a entrar en juzgar lo incomparable del endeble poder del villano con el que acumula el rey de los océanos…

Al margen pues de Black Manta —y quizás de lo arquetípico del Orm encarnado por Patrick Wilson— ‘Aquaman’ es, de principio a fin, y en lo que a personajes respecta, un vehículo para el lucimiento de la poderosa presencia en pantalla del carismático Khal Drogo Jason Momoa: el estadounidense de ascendencia hawaiana, alemana e irlandesa derrocha la misma sorna y, me repito, molonería, que ya le veíamos en ‘Liga de la Justicia’, y a su lado, poco tienen que hacer unos correctos Willem Dafoe, Nicole Kidman, Temuera Morrison o Dolph Lundgren o la vistosa pero hierática Amber Heard, encargada de dar vida a Mera.

Actores a un lado, lo que mejor nos deja ‘Aquaman’ es, de un lado, la soberbia dirección de un James Wan que sabe cómo manejar la acción, que permite respirar a las secuencias más espectaculares y que nos deja imágenes de una belleza sobrecogedora —ese plano de Arthur y Mera sumergiéndose bengala en mano mientras son acorralados por los habitantes de la fosa…— echando mano de toda la riqueza que se genera desde los departamentos de diseño de producción y efectos visuales.

Recordando en todo momento a lo que James Cameron imaginó hace ya casi una década para ‘Avatar’ (id, 2009), el mundo submarino de ‘Aquaman’ parece querer alzarse como la espectacular antesala de lo que veremos en las secuelas de la segunda película más taquillera de la historia, y su fastuosidad nunca queda puesta en entredicho como si lo hacían los lamentables trucajes digitales de ‘Liga de la Justicia’ —el maquillaje digital, eso sí, te saca a empellones de la proyección durante su prólogo.

Pero donde la cinta sobre el rey de Atlantis da el do de pecho, se la compare o no con las anteriores producciones de DC, es en el tratamiento de la historia que redactan Geoff Johns, James Wan y Will Beal rescatando mucho de lo que el primero planteó durante su estancia con el personaje y allanando el camino para que el guión escrito a cuatro manos entre Beal y David Johnson lo tenga muy fácil para convencer sin paliativos a todo aquél que sepa a lo que va a encontrarse: una cinta sin remilgos ni vergüenzas que siempre está «over the top», arrojando todo el aparato que puede al espectador y no arredrándose lo más mínimo en ofrecer, cada dos por tres, imágenes de una chulería supina salidas de cualquier splash-page al uso. Eso es ‘Aquaman’, aceptadlo o, de lo contrario, no perdáis el tiempo con ella.

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