Si lo leísteis en su momento o, tenéis curiosidad y queréis hacerlo ahora —y para ello, nada tan simple como pasaros por este enlace—, se hace bien evidente que ‘Ant-Man’ (id, Peyton Reed, 2015) no causó muy buena impresión en este redactor cuando la vi por primera vez en la gran pantalla hace casi tres años. Dicha percepción se vio no obstante alterada cuando, tras su posterior compra en Blu-Ray —me hayan gustado mucho o incluso casi nada, tengo todas las películas del Universo Marvel Cinematográfico en formato doméstico—, tuve la oportunidad de revisarla, nada más recibirla y, hace pocos meses, cuando repasé la totalidad de las cintas de Marvel antes de acudir a ‘Vengadores: Infinity War’ (‘Avengers: Infinity War’, Anthony & Joe Russo, 2018).
Cambiando pues lo que se derivaba de «situarse sólo unos pocos enteros por delante de lo peor que Marvel ha estrenado» por una mucho más positiva mirada sobre una cinta que, sí, no está exenta de problemas, pero cuando funciona —y lo hace bastante a menudo—, funciona muy bien y combina de manera bastante brillante comedia y acción; ante tal cambio de parecer —afortunadamente, mis opiniones siempre encuentran lugar para variar con el paso del tiempo— mi inicial reticencia a que la vertiente cinematográfica de La Casa de las Ideas volviera a recurrir a los personajes encarnados por Paul Rudd, Evangeline Lilly y Michael Douglas se transformó en expectación —moderada, pero expectación a fin de cuentas— por ver, sobre todo, como quedaba hilvanada la cinta dentro del status quo post-Thanos.
Y ya que lo he mencionado, arranquemos la valoración de lo que ofrece ‘Ant-Man y la Avispa’ (‘Ant-Man and the Wasp’, Peyton Reed, 2018) precisamente por aquí, por la forma en la que esta nueva cinta más o menos al margen del normal discurrir de Marvel como ya lo fue la primera —a excepción hecha de la aparición de el Halcón—, entronca con el acontecimiento que ha dejado patas arriba el cosmos cinematográfico de la filial de Disney y ha supuesto la culminación de los diez primeros años de andadura de tan multimillonario negocio…tranquilos, no habrá destripes…
Reservada a una de las dos escenas post-créditos —la otra, la segunda, es una chorrada simpática sin más— lo que plantea el cierre y conexión de esta segunda entrega de las aventuras de Scott Lang de cara a esa esperadísima cuarta parte de ‘Vengadores’ (‘Avengers’, Joss Whedon, 2012) que llegará el próximo mes de mayo, tiene estrecha relación con el mundo cuántico que se nos introducía en el clímax de ‘Ant-Man’ y que es eje vertebrador del presente filme; y mucho es ya lo que se está rumoreando sobre las posibles implicaciones que ese microcosmos «infinito» podrá tener de cara al segundo encuentro del grupo liderado por el Capitán América y Iron Man contra Thanos.
Mientras eso llega —eternos se nos antojan los dos meses que ya casi han transcurrido desde ‘Infinity War’…y todavía quedan diez más— hay que valorar el esfuerzo que se ha puesto aquí en hacer de esta secuela un filme superior a la primera, si bien es un esfuerzo que ha estado muy enfocado a la acción, en una menor proporción al humor y que, en última instancia, descuida sobremanera a todo el rosario de nuevos personajes que aparecen a excepción, quizás, de la Janet Van Dyne a la que da vida Michelle Pfeiffer.
Desde lo innecesario del «villano» que interpreta Walton Goggins a lo poco creíble del científico que encarna Laurence Fishburne, pasando por esa «mala» arquetípica y desangelada que es Hannah John-Kamen, ningún atractivo reside en lo que ‘Ant-Man y la Avispa’ tienen de novedoso, y el real interés del metraje se centra, qué duda cabe, en el carisma incuestionable de Paul Rudd, en la espléndida química que se genera entre él y Evangeline Lilly, en lo mucho que siempre aporta Michael Douglas a cada aparición y, en contra de lo que servidor había opinado con respecto a la primera película, en el humor fresco y chispeante que dimana de Michael Peña y, en menor medida, de T.I y David Dastmalchian.
Ahora bien, como decía, todo lo que los actores aportan —que es mucho— queda inmerso —y hasta algo duluido— en las fantásticas set-pieces que trufan las dos horas de proyección, unas secuencias que sacan aún más partido del aumento/disminución de tamaño de la pareja de superhéroes y que, al hacerlo, dejan en pañales a las ya espectaculares acrobacias visuales que Reed nos ofreció hace tres años. Arropado todo en un mejor sentido del ritmo —que sólo patina de manera intermitente en el segundo acto—, insisto en que estamos, sin duda alguna, ante una secuela superior que, al tiempo, sigue demostrando lo bien que Marvel entiende lo que debe dar al público. Y eso, mis estimados lectores, es algo que hay que valorar por encima de disquisiciones negativas que no saben o no quieren ver los estupendos entretenimientos que La Casa de las Ideas lleva una década sirviéndonos en bandeja de plata.